jueves, 12 de marzo de 2015
miércoles, 11 de marzo de 2015
SATOR AREPO TENET OPERA ROTAS
viernes, 18 de febrero de 2011
EL PASAJERO
Mordisqueaba un refuerzo de mortadela y miraba indiferente las piruetas de los basquetbolistas norteamericanos.
Luego lo cambiaba y ponía el programa de geografía, que se extendía en interminables planos largos de vaya uno a saber donde.
El abuelo no tenía cable, que va, ni tele a color tenía; asunto que sulfuraba un tanto a Darío, por que de hecho no podía ejercer el zapping, que pasaba por ser uno de sus entretenimientos favoritos.
Aunque de todos modos se las había ingeniado para cambiar los canales de la vieja “Philco”, con la ayuda de una caña de pescar; caña que allá, en sus buenos tiempos, debió haber sabido sacar algún ejemplar de algún arroyo.
Pero no solo veía tele y papaba moscas, no; él estaba allí cuidando al abuelo, que yacía en la cama de la habitación contigua.
Tenía la puerta abierta, por si al viejo se le antojaba algo, bien fuera agua o echarse un meo.
La señal de la sed era el castañeteo de aquellos amarillentos dientes postizos, acompañado de un chasquido lingüal particular. Y cuando la necesidad era de orinar, resoplaba; y así marchaba el mundo.
Darío iba y lo enderezaba con el vaso de agua.
Darío iba y le ponía el pirulín en el violín.
Estaba bastante conforme por que tenía techo y comida, y aunque magro: un sueldito que le habilitaban los tíos y que ahorraba casi por completo.
Cuando empezó, le gustaba cuidarlo al viejo; pero pasado el tiempo, la cosa seguía igual, la misma embolante rutina que erosionaba sin clemencia su paciencia.
Un día se dio cuenta que ya no sentía cariño por el viejo. Sí por aquel abuelo que recordaba, y que tanto había disfrutado de niño, pero ya no por ese individuo postrado que no presentaba mayores diferencias con un cadáver viviente.
La delgadez de las carnes, el pálido color, la aparente inmovilidad, y sobre todo aquel tufo que se paseaba por la casa, y que no podía asegurar que se tratase del olor de un sistema en descomposición, pero con cierta perversidad tendía a creerlo.
Por otro lado, el médico, un remilgado de bigote fino que pasaba cada quince días, afirmaba que el viejo seguía estable.
Y bueno, pensaba Darío en ocasiones, será cuestión de esperar; en algún momento va a palmar, entonces sí, voy a cruzar seis o siete fronteras y probaré mi suerte allá en el golfo.
Era un pensamiento mezquino, lo sabía, pero no solía ser hipócrita consigo mismo.
Darío, recostado en el desvencijado sillón, no dejaba de mirar de reojo hacia la pieza.
La “Cañita de control” yacía en el piso, y el refuerzo descansaba en uno de los brazos del sillón.
El documental de los desiertos había concluido, y no se había dado cuenta; la pantalla ahora emitía lluvia.
Se paró y fue a ver al viejo, que dormía plácidamente, como suele decirse.
Volvió y fue en dirección a la tele para apagarla, pero entonces, en lugar de la estática, aparecía ahora una estación de trenes.
Era una imagen que, por algún motivo, le resultaba antigua, y por que no decirlo: extraña. Una cierta inquietud se le deslizó por el sistema nervioso, y que él se la atribuyó a esa suerte de ¿Presentimiento? Pero ¿Presentimiento de qué?
Optó por no apagarla, pero si encendió la portátil de la cama repisa y se puso a huzmear la pequeña biblioteca del abuelo.
Los autores criollos ya los había visitado: Lussich, Silva Valdéz, Wenceslao...Los clásicos lo aburrían. Buscaba otra cosa.
Fue entonces que sus dedos dieron con un lomo que no tenía inscripciones, era un volumen forrado en papel de estraza.
Lo abrió por el principio y leyó el título: “El Ferrocarril: sus nueve mil nombres y posibilidades”. Volvió a leer sorprendido, sí, le había caído en gracia, ese estaría bien. Lo dejó en la cabecera para ingresarle en el momento en que estuviese acostado.
Fue de nuevo a ver al viejo y seguía igual, lo arropó un poco y le apagó la luz.
Al entrar a la sala le llamó la atención el que se continuase la escena de la estación por la T.V.. Y podía ver ahora, gentes de distintos aspectos abordar sin prisa alguna los vagones.
“Nueve mil nombres y posibilidades”. La frase irrumpió solita y natural.
El aparato no emitía sonidos, y la escena parecía perpetuarse, cual si de una cámara vigía de circuito cerrado se tratase.
Desde luego algo ocurría, algo que no alcanzaba a definir, pero sn dudas que ocurría.
Se sentó de nuevo en el sillón, allí seguía el refuerzo. Sus pupilas fascinadas absorbían lo extraño de la escena.
Y en ese mismo momento, un sonido fuerte y agudo lo sobresaltó; haciéndole tirar al piso el abandonado bocadillo. El sonido aquel no era otro que el silbato de un tren que anuncia su partida.
Tras esto, comenzó a sentir movimientos debajo de la casa, ¿Temblor de tierra?. No, no era posible, desde la escuela sabía que en el macizo basáltico brasilero esas cosas no ocurrían...
Y sin embargo, la casa se movía, la casa...
Corrió al dormitorio del abuelo con la boca seca y prendió la luz. La boca seca quedó abierta. Su abuelo allí no estaba, y tampoco estaba el dormitorio.
Al accionar la llave de la luz había iluminado el interior de un vagón de pasajeros, con unos cuantos extraños pasajeros, que mantenían perdida la mirada, y que para nada les afectaba la presencia de Darío.
Volvió al comedor, pero ya no había remedio, era también ahora otro vagón, que se empezaba a deslizar junto a otros, hacia un incierto destino.
Corrió a la ventanilla y alcanzó a ver la casa de su abuelo, y peor aún, le pareció verse a si mismo sobre aquel desvencijado sillón de pantazote rojo, y quizo gritar, pero, al parecer, dicha facultad ya no estaba dentro de sus posibilidades.
La casa del abuelo, y otras del suburbio, se le fueron perdiendo a medida que se alejaba; el paisaje fue también desapareciendo en una bruma.
Apoyándose en los respaldos llegó hasta su asiento, por algún motivo supo que aquel era su asiento, y en él se sentó. Su preocupación le parecía a cada momento más ajena.
Ni siquiera atinó a pensar una de las nueve mil posibilidades...
Afuera, reinaba la neblina, y su mirada no tardó en perderse, como la de los otros pasajeros.
Nota: el sistema de zapping con caña de pescar lo tomé de la realidad, era el sistema que usaba en los años 80 un tío mío: Alberto Arias...
miércoles, 9 de febrero de 2011
JULIO & HUMBERTO
Francamente a mí, el tema me resultaba indiferente; estaba seguro que no era una farsa, pero a mi gusto se apresuraron con las hipótesis, no podía, y creo que hoy tampoco, tragarme ninguna aseveración sobre ovnis o alienígenas.
Pero, y a través de los años, esta información latente llegó a operar en mí el deseo de rescatar aquella vivencia de los muchachos, y hacer algo con ella. Rescate al que los muchachos, en principio, respondieron con cierto retaceo.
Julio sabía que aquello había sido algo fuerte, y se había convencido de que al haber hecho el cuento tan enfáticamente por aquellos días, no solo que le había restado cierta esencia, sino que también le había hecho dudar de sus sentidos.
“ ¿Y que vas a contar? “, me preguntó Humberto cuando le propuse escribir algo sobre aquello. Le respondí que, lo que recordasen del asunto. “ Lo que pasa es que los recuerdos se pueden haber desdibujado, y que capaz ni siquiera sepamos que fue lo que pasó.”. Mejor, le dije yo, así tenemos un trabajito para hacer.
Al cabo accedieron, pero a condición de que el relato no reflejase aspectos demasiado subjetivos, pues no querían repetir el error de explicar el fenómeno de manera personal; yo les acepte la condición, pero opino que sería imposible escribir esto, sin que de algún modo no se refleje ese aspecto.
Conversamos, tomé apuntes, reflexionábamos juntos, y me iba dando cuenta que si bien podía comprender lo que contaban, no era fácil para ellos, como no lo es ahora para mí, encontrar las palabras adecuadas que no desvirtúen el propósito de aportar claridad al relato.
Aunque en mi opinión las fechas no aportan especial relevancia, consignaré como asiento temporal el miércoles de turismo del año 93.
El lugar: una antigua cantera de balasto, en la que la naturaleza había vuelto a instalarse por completo. Por lo que donde antes debieron haber dentelladas de excavadora, ya en aquel momento figuraban como irregulares pendientes que particularizaban favorablemente aquel paisaje. Acudían a ese sitio, desde adolescentes; innumerables mateadas, toneladas de galletas; besos de novias y fogatas.
Siempre han vuelto, y opinan que para ellos ese sitio es una especie de pasaje del roñoso mundo a otro mucho más amable, y que estando allí, nada malo puede ser.
Humberto con sus sueños recurrentes de artefactos estrellados allí cerca, Julio con sus especulaciones de que “algo” animaba en aquel sitio, son muestra de las cosas que les sugería “la cantera” (que es como siempre la llamaron.)
Aquella tarde, y en el entorno de un improvisado ritual, cosecharon “stropharias”, que son unas setas parásitas del excremento de los rumiantes, y que poseen en sí, cualidades despertadoras de fenómenos de la conciencia. Aquella iba a ser su segunda experiencia, y es que la primera los había dejado con algunas puertas abiertas, tras de las cuales, sentían la necesidad de seguir investigando.
Así que al atardecer comieron y esperaron.
Un buen rato. Hasta que un involuntario temblor en las mandíbulas, y una risita ingobernable, les abrió el paso a ese otro acaecer.
Al poco arribaron unas breves e intensas sensaciones que Humberto llamó “flashes de micromuertes”; después, el poder de la voluntad expandida, y así tan luego las cosas se fueron desarrollando más que bien.
Se habían sentado en lo alto de las piedras, percibiendo las emanaciones del terreno.
La luna llena se presentó acompañada de una telaraña de luz que parecía interconectar los cielos y la tierra, Julio me lee un verso de Rimbaud, que según él ilustra esa visión: “entonces cuelgo guirnaldas de estrella a estrella y bailo”.
Sentían y disfrutaban cada cosa. Sin esperarlo se vieron ensamblados a la armonía de la naturaleza. Aún hoy, Julio, intenta analogías, y surgen palabras: Despertar, Claridad, Fusión,¿Senderos de una supraconciencia?. Afirma que desde ese día y hasta el presente, ocasionalmente accede a la percepción de esa malla lumínica dentro y fuera de su mente.
Pero volvamos a la noche en que la sensación de unidad era tan fuerte, que nada los podía detener.
El poder parecía bajo control, y deben haber mirado el cielo de tal modo, que un secreto allá arriba debe haberse sentido seducido.
¡Viste esa luz! Debió exclamar uno de ellos. Y aquella luz evolucionó en el firmamento desde el sudoeste en dirección al noroeste. ¿La estás viendo? ¿La ves? Se decían uno al otro, y efectivamente aquella luz no actuaba como otras luces conocidas.
Y a través de aquella luz, ambos sintieron algo realmente trascendente. Que uno lo califique Libertad y el otro Amor no le hace al caso, lo que sí importa es que simultáneamente sintieron algo que seguro no es fácil de explicar.
Ante la intensificación de aquella luz, y quizás por instinto, ambos levantaron sus manos hacia ella, y jamás olvidaran las oleadas de energía que por las puntas de sus dedos penetraban. Y penetraron hasta que algo en el área cardíaca despertó, y Humberto, a medio camino entre la incertidumbre y el éxtasis, preguntó: ¿Qué es esto?
“amorlibertadamorlibertadamorlibertad...” Ese fue el clímax.
Después la luz se fue, como he dicho; por el noroeste, para volver y juguetear por el firmamento toda la noche. Ambos la veían y se ratificaban uno a otro. Me dicen: “escuchábamos por el sodre la Pasión según San Mateo de Johann Sebastián Bach, y te podemos decir que esa hermosa música y la luz que bailaba estaban en perfecta sincronía”.
“¿Pudo haber sido todo una alucinación?” me preguntaron, y yo les respondí con otras preguntas: ¿Y que es una alucinación? ¿Y que es un sueño? Ya que estamos, por que en definitiva ¿qué es la realidad? Pero mis repuestas-pregunta no les conforman a la hora de dar a luz la historia. “Es que quién la oiga o la lea va a tener todo el derecho a creer que todo esto no fue más que una locura inducida por toxinas”. Luego nos ponemos de acuerdo en que esto no es lo que importa, y yo sé que sospechan, como muchos, que hoy, en nosotros, ya todo puede ser posible. Aquí y ahora.
Por que no somos lo que vemos, está claro, y que ciertas experiencias riesgosas pueden alumbrarnos el sendero, también.
El tema es: ¿Qué hacemos con esas experiencias una vez que terminaron?
Cuando por primera vez la compartieron, creyeron que al hacerlo ayudaban a los demás a percibir un fragmento del misterio, y solo luego supieron que...
“...La manera de conservar magia, es en secreto”
Y nosotros que, en tanto no-magos, buscamos esas verdades que se escabullen, perseveramos pese a todo.
Y mientras termino de definir este relato, que va adjunto al de Julio y con las ilustraciones de Humberto, recibo casi sin paréntesis de tiempo, en mi casa, mensajes de los dos, los que me han hecho pensar por un buen rato en lo claroscuros del destino, y que sin dudas por “él”, han venido a mí aquellas palabras de aquel legendario milico desertor, cuándo comprende “... que un destino no es mejor que otro, pero que cada hombre debe acatar el que lleva adentro”. Es el final de un conocido cuento de Borges, y acabo de decidir que también será el final de este.
(Dedicado a Leonardo Arias, uno de mis más grandes Amigos de toda la Vida)
(EN UNA PRÓXIMA ENTRADA INCLUIREMOS EL RELATO DE JULIO Y LAS ILUSTRACIONES DE HUMBERTO)
jueves, 26 de noviembre de 2009
EL PRISIONERO
martes, 17 de marzo de 2009
QUIEN LO SABE...
Es media tarde, y estoy en casa, solo.
Algo me dice que es el momento de escribir, y observo que el tiempo presente y la primera persona se adelantan y se imponen al intento, sin dejarme lugar a réplica alguna.
Tampoco me engaño, no escribo nada hace bastante, y hay indicios de que el impulso este un tanto atrofiado; tengo dudas, la idea no está del todo clara, pero como sea, esto es lo que está ocurriendo.
Quería contar lo del sueño, pero un encuentro que se podría denominar “casual”, terminó amalgamando todo, y ni siquiera se bien de que se trata.
¿Y si este fuese el momento de recordar?
Algo al parecer ha ocurrido para que esta pregunta se formule. Algo que (y pasen por alto la redundancia) me recuerda el recordar…
Son dos, o tres, o cuatro hechos conexos e inconexos que al parecer me reclaman. Pero mis pensamientos van y vienen y entorpecen.
Tendrá esto que ver con esos espacios temporales donde se suceden, o congregan esas casualidades que se escabullen velozmente hacia el olvido?
“Es sencillo, empezá a contarlo”, me dice una vocecita que parece ser aliada. Entonces reflexiono, y percibo que en mi casi total falta de importancia, subyace el secreto que anida en todo lo que existe. O eso creo, desde luego, por que… ¿Quién lo sabe?
Yo no se quien eres Tu, dado que, probablemente ni siquiera sepa quien soy yo, pero llegados a este punto me gustaría preguntarte si no sentís este estado como de alerta. Esta especie de vértigo, al considerar el estado de las cosas.
Nadie está cómodo al momento de enfrentar su miedo. Y la pereza es un arma del ego que puede tenernos bloqueados indefinidamente.
Pido disculpas por este exceso de preámbulos.
Esta es la parte en que digo que no tengo ni idea acerca de si el pasado y el futuro podrían coexistir en un mismo momento, o si hay pasajes entre uno y otro. Y lo que pretendo contar es , y solo dios sabe que he dado mil vueltas, es que mi hijo me habla en sueños.
Sueños que por lo general olvido, pero este último fue tan vívido, y en el mismo, una Ola gigante se aproximaba, y mi hijo me dice (no se si con palabras, imágenes o sensaciones) que no olvidara esa escena.
Y lo que puedo decir es que no lo he hecho.
Si alguien me apura y me pregunta si creo que pueda tratarse de una premonición, digo que no. Pero tampoco puedo negar que una parte de mi esta segura de que Todo puede ser posible, aquí mismo y ahora mismo.
Alguien dirá que
La voz de este “hijo mío” ya mayor, podría ser mi propia voz interior que hace uso de la máscara de aquel a quien más amo para que de ese modo le preste toda mi atención.
Oigan, que por más desenchufados que estemos al orden natural, aún somos animales, y quiero suponer que todavía corre en nosotros alguna gota de instinto que pueda serle útil a la especie.
Simultáneamente a este suceso, ocurrió un reencuentro con una amiga del tiempo en que yo rondaba los cuatro o cinco años y ella con dos años menos.
Un asombroso intercambio de recuerdos activó uno especial. Uno que había quedado sepultado en madera, en fuego o en cenizas.
Tiene que ver con el juego… aunque suelo sospechar que todo es juego…
En este caso se trata de tres niños, con el asombro flamante, explorando los mil recovecos y posibilidades que ofrece aquel enorme aserradero que pocos años después sería el combustible de un siniestro.
De la pieza de las cármicas, aquella donde colgaba aquel precioso bote, no habíamos ido a la pieza de las fibras, en la que se apilaban más de dos metros de chapas de este material.
En esa misma y lóbrega habitación se almacenaba además, el escenario de mi más remota pesadilla. Por que según mi sistema de creencias de por entonces, esa pieza era dominio y tal vez morada del “Carlanco” que era una forma del miedo a lo desconocido con que los mayores nos tenían a raya en aquel tiempo.
Pero una cosa era segura, y era que nos encantaba trepar a esa pila uniforme, y sentir allá arriba la textura lisita de la última fibra, y todo aquel olor que nos envolvía…
Los detalles no están, pero lo que ocurre es que cuando quiero acordar, estoy caído del lado de la pila en que no hay salida. Hago el intento, pero me es imposible trepar.
Mis amiguitos tal vez crean que es parte del juego, por que siempre estoy inventando cosas extrañas y riesgosas.
Dejo de oirlos. Seguro piensan que fui demasiado lejos con mis tonterias.
¿Se fueron? ¿Están tan asustados como yo?
Silencio…
Este terrible silencio que me aturde y no me provee de esperanza alguna de escapatoria.
Es el Terror…
Y para no enfrentar esta densa oscuridad, cierro fuerte mis ojos. Me entrego a un pánico inmóvil.
Es entonces que algo ocurre, y es cuando escucho las palabras de mi amiguita, aunque no se bien si es una voz, lo que si llega claro es su mensaje. Y lo que dice es: “Tenés que abrir los ojos”
Yo por un momento lo dudo, pero al fin le termino haciendo caso.
Y es aquí donde seguramente los descoloque, por que entonces ese niño que fui, o que soy, abre sus ojos y está en su cama.
Verán, tengo en claro la certeza de lo ocurrido hasta mi caída y mi negación a abrir los ojos.
Puede que posteriormente haya soñado ese mismo hecho y por eso es que hoy realidad y sueño se me confunden.
Me habló realmente mi amiguita?
Y la voz de mi hijo, proviene de un sueño? Y sino de donde?
Mi hijo me dice que recuerde, que no olvide.
Mi amiguita que no me repliegue, que no duerma, que abra los ojos.
Dos buenos consejos para alguien que, como yo, tiene tanta facilidad para olvidar y dormirse.
“Lo has visto?...no era difícil… ya lo contaste” me dice una vocecita que parece ser aliada.
Entonces reflexiono, y percibo que, también, en mi gran importancia, subyace el secreto que anida en todo lo que existe.
O eso creo. A fin de cuentas… ¿Quién lo sabe no?
jueves, 5 de marzo de 2009
EL ALIENTO DE LOS LOBOS
Desde los
Desde los seis años, y hasta los dieciocho, viví en una tierra especialmente árida para el cultivo de la libertad y las formas diferentes de ser.
Fue lo que sus perpetradores autodenominaron, y sus colaboradores llamaron, “El Proceso Cívico Militar”. Aunque la verdad, fue solo una dictadura más de las que por entonces nacían como hongos después de una lluvia; lluvia que hoy, en la jerga geo-política, se conoce por “Plan Cóndor”.
Yo no conocía al gobierno ni por un nombre ni por otro. Yo solo tenía la noción de que los que mandaban eran “Los milicos”. Sabía además que tenían pocas pulgas, y que lo mejor era no hablar sobre los mismos, ni de nada que tuviese que ver con las vinchas, los carteles y las banderas que estaban en el último cajón del aparador abajo de todos los manteles.
Y así pasaban de áridos los años.
Uno, a pesar de ser un chico, paraba a veces la oreja y se enteraba de cosas. Como ser las idas y venidas de mi viejo atrás de un salvoconducto que al fin le pudo conseguir al pintor que vivía al lado de casa, el cual se autodenominaba “Comunista”. Yo no tenía idea lo que ese término significaba, me hacía más idea (aunque falseada por los medios) de los tupamaros, a los que en mi imagen infantil visualizaba como otra clase de milicos, milicos sin casco, y sin jeeps, y que peleaban contra “los verdes”.
Así de áridos los años.
Un día nos enteramos que a mi padre lo habían agarrado en una reunión y se lo habían llevado al batallón. Mi madre, según recuerdo, estaba como loca, por que claro, ellos manejaban información a la que yo no tenía acceso, información que refería sobre gente presa por oponerse, de gente torturada, de gente que se les moría y de gente asesinada simplemente...
Se lo habían llevado de mañana, y lo soltaron cercana la medianoche. Le habían obligado a un plantón de muchas horas y llegó a casa tambaleándose, recuerdo la alegría contenida de todos y el gran café con leche que se tomó mientras hacía los cuentos e intentaba todavía relajar sus nervios.
Los áridos años.
¿ Como olvidar la flaca figura parada en la esquina de casa, espiando?. Se les conocía como “Tiras”, y eran los soplones del estado policial.
La represión indirecta era constante, pero, en mi caso, no se hizo sentir en carne propia hasta que terminé el último año de escuela.
Esas vacaciones mi cabello había crecido bastante, bastante para la norma; mi atuendo por entonces ya tendía al desaliño.
Habríamos estado jugando al fútbol en la cancha de los curas, según creo recordar, aunque no estoy muy seguro. La nochecita se había hecho y los curas seguramente habrían invitado a retirarnos.
Caminé, no recuerdo con quién, la cuadra que separa el colegio de la estación de servicio, y nos sentamos en una especie de jardinera casi enfrente de la central telefónica. Allí estábamos, conversando seguramente boludeces, cuando de pronto se apersonaron dos individuos, a cual más grande, en principio creí que solo serían dos muchachones con ganas de molestar a dos más chicos. Cosa que, por otra parte, no dejó de ser cierta.
En un instante, el sujeto rubio hace ir a mi amigo, informándonos de paso que eran policías y que querían averiguar mi identidad.
Yo les dije que documento conmigo no tenía, a lo que el rubio respondió con una gélida ironía que de inmediato despertó mi inquietud.
Les informé quién era, y lo que había estado haciendo. Habló algo con su compañero de lo que deduje que conocían a mi familia. Dentro mío, un debate sobre si eso para ellos era bueno, o todo lo contrario. Empecé a imaginarme cosas, cosas que tal vez ameritaran mi detención.
No llegué al pánico, pero algo temblaba allá en mi vientre, hasta entonces solo había oído hablar del aliento de los lobos, pero esa noche lo sentí en cada célula.
Me interrogó en definitiva sobre el por qué de mi aspecto, y como no me salían las palabras, solo atinaba a levantar los hombros como diciendo que no lo sabía. Y probablemente no debo haber estado lejos de llorar.
El rubio, a quién un tiempo después supe que lo apodaban como al natural de un país europeo por entonces dividido, luego de mi casi muda declaratoria, me hizo saber que iba a andar por allí, y que mejor para todos que no me metiese en problemas, a lo que no recuerdo haber respondido más que con una cara blanca y tiesa como una máscara de mármol. Creo recordar que me sugirió un peluquero antes de esfumarse…
Luego de eso me fui, absorto en reflexiones de toda índole, ¿Había sido aquello un episodio sin importancia? ¿Había sido casual? ¿Mi solo aspecto me había dejado bajo un peligroso microscopio?
Desde luego nunca pude responder ninguna de esas preguntas, ni jamás lo comenté en casa. Suficiente drama teníamos con mi viejo apartado de la administración por un pequeño emperador local.
Volví a verlo al gigante rubio, quién al verme alzaba las cejas, como interrogándome a través de ese gesto, y yo le respondía con una media sonrisa medio mueca, tan falsa como la cosa más falsa. Aparte de eso, no volvió nunca a molestarme.
Y así pasaron los años dorados de aquel diabólico régimen.
Y al menos tuve la fortuna de formar filas en protestas por su culminación.
Hoy solo es un mal recuerdo, aunque entonces uno tenía claro quién era el enemigo. Hoy es todo tan difuso que uno parece tener la obligación de ser difuso; pero como sea, cualquier cosa es mejor que el aliento de los lobos.
lunes, 16 de febrero de 2009
LA MARAGATA
¿Quién recuerda a
Aquella misteriosa viejecita de mi barrio.
Mi barrio fue y será siempre, el cruce de “25 y la otra” (La “otra” es Solís, pero eso que quede entre nosotros)
En cuanto a
Aunque tampoco faltaban lenguas que la afiliaban al gremio más viejo; probablemente fuesen calumnias de gente aburrida o hipócrita, pero de ser esto cierto, hablaría de una experiencia y de un conocimiento de un mundo que ya no existe, y que al no tenerla hoy para preguntarle, tenemos que conformarnos con “Sombras sobre
Creo recordar que a veces la veía o la asociaba con una bruja, seguramente estimulado por su imagen, no por que fichase en el rubro de hechicería.
Sabía tener un hermano viviendo con ella; un viejo borrachín a quién una tarde vi padecer un bochorno, cuando, al salir del Bar Solis (En la época que atendía Mareco) al pobre viejo se le vinieron al suelo los pantalones, dejando a la visual pública sus blancas y arrugadas nalgas.
Ese mismo viejo que solía obsequiarme caramelos masticables de leche, de aquellos que se te pegaban en el paladar y los dientes, y que tal vez por instinto de conservación jamás me atreví a consumir.
Tal vez las mismas, o tal vez otras, de esas infaltables lenguas, deslizaban la posibilidad de que, cuando el viejo apareció con la cabeza rota, ello podría haber ocurrido con la ayuda de su hermana.
En cuanto a ella, una noche de carnaval la ví enmascarada dando vueltas a la plaza. Y cuando alguien me contó que sería casi probable que ella hubiese sido la musa del memorable tango “Siga el corso”, me vino como una sensación de haber percibido algo así como un fragmento del misterio…
Recuerdo su desalojo, como no. Su resistencia. Y siendo que los desalojadores llevaban mi sangre, me sentía en parte culpable por esa violenta situación.
Que se yo,
En una de esas… lo que exactamente fuimos. Por que según creo, un viaje al pasado es solo cuestión de ajustar bien la señal…
Para finalizar esta suerte de estampa, propongo un brindis por esa “Outsider” de mi barrio que tanto excitó mi imaginario.
(Dedicado a mi prima Carla, que lo sabe…)